Cuento con drama para una muchacha triste.

Cuando Eliza se levantó eran ya las 5:00 am, hacía un calor de infierno, era muy tarde para su vuelo, lo perdería a menos de que se apresurase a empacar; aunque la noche había sido terrible ya había dejado de llorar, no quería sentir que estaba huyendo, pero la premura de su viaje le decía todo lo contrario. Cuando se estaba bañando sintió un dolor punzante, como un objeto filoso atravesando sus senos mojados, se mordió los labios para evitar los pensamientos que pusieran a tambalear la decisión de irse. En la cama ya vestida, llamó a la aerolínea para confirmar su vuelo, perdió rápidamente la paciencia con el menú de audiorespuesta y colgó. Eran las 5:30 am cuando abrió la maleta de par en par, la puso sobre la cama con cierta nostalgia, empezó a empacar la ropa con rabia como si arrojar las prendas con furia le ayudara a sobrellevar la pena. Miró el reloj, faltaban tres horas para su vuelo y no tenía fuerzas para llamar el taxi; comenzó a dar vueltas por la habitación frotándose las manos, tomó el teléfono y lo llamó, contestó una mujer con voz somnolienta y perversamente complacida; aterrada, lo desconectó y lo golpeó contra la pared partiéndolo en pedazos, no quería enterarse de la verdad así, bueno, confirmar los hechos, la verdad ya estaba más que descubierta, en fin, era su culpa, no tenía un motivo para querer oírlo cuando precisamente se disponía a alejarse. Llena de desesperación embutió como pudo pantalones y blusas en su maleta y bajó las escaleras hasta el primer piso, deseando con todo su corazón que a esa hora pasara algún taxi.

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