Bouchard Merlot.



Entonces esa gota de sudor se hace permanente, se diluye apenas en respiraciones jadeantes y los brazos extendidos, se va desparramando con violencia  en el aire y yo siento tus manos como el murmullo inhóspito de cosas prohibidas. Una veta de sombra se desploma en mi cuerpo y un retazo de luz que apenas se suelta de la persiana pretende zambullirse entre nosotros. Un hilo de calor se desprende de ti y yo canto con los dedos el tango indeleble que llevas en la espalda. Te mueves, y toda tu silueta parece desmoronarse dentro de mi, el gesto entero de tu piel se muda hasta tu rostro y ya no eres el mismo, eres un engendro aturdido que disfruta mis senos con descaro impecable, mis poros se abren bruscamente, hasta parecer islas diminutas trazadas en un mapa interminable. Ese placer que escondes tras los ojos amplifica tu contorno. Mis bocas están húmedas y soy victima de un enorme naufragio y las dimensiones precisas de tus músculos se vuelven un mar delirante de caricias improvisadas, mi gemido parece ondular en un tropel exagerado de silencios contenidos y suspiros rezagados.... yo me cubro la boca con mi única mano, la única que queda después de acariciarte y muerdo sin calma el aroma que pones en mi cuello. Ya no soy yo, soy una bestia diminuta con tentáculos soberbios y destinada a la lujuria, intento volver, pero el camino hacia el alma se ha perdido brevemente bajo el peso delicioso de tus huesos. Te adueñas del abismo entre mis piernas y ese mundo cálido y estrecho existe solo para ti, me sacudes con movimientos brutales y yo te dejo jugar al huracán y al terremoto con todas mis puertas. Me siento ajena al mundo porque el orgasmo ha dejado mi voluntad en ruinas y tiemblo con risa nerviosa y una copa en la mano. Ya no me miras, pero tampoco importa, en los dedos de tus manos, se ha adherido mi perfume y un pedazo de lo que soy te ha sido entregado de forma irremediable. Te quedas en mi vientre como una quemadura, como una música perfecta que antecede tu ausencia y cuando diga tu nombre mi sonrisa se diluirá en la memoria y mis pies pequeños extrañarán con terca frivolidad el tamaño de tus botas. Te guardaré como si fueras un olor irrepetible, en este adiós que gesticulo con mi mano, con la única que me queda después de tanto acariciarte.

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