Lucy soñando con un arquitecto o una hoja de papel con un rayón pequeñito


Lo conocí en un tiempo en el cual solía llamarme Lucy o María o Amparo, tal vez Paula. Lo veía sonreír al lado de los tangos cuando me sentaba con tristeza  en la Boa o en Homero Manzi, digo lo veía pero no, más bien sospechaba su existencia. Un día cuando había decidido llevar con gracia otra vez mi nombre, lo encontré casualmente. No pude ponerle besitos cursis en el rostro porque la distancia era abismal y la idea de la piel no era más que una utopía. Nos desvestimos (las palabras) durante muchas noches nos desvestimos, cantamos salsa por correspondencia y en una de esas tertulias descubrí que inventaba ciudades. No me sorprendí, todo apuntaba a que era un loco con pájaros en la cabeza así como yo.  Por eso nuestras horas empezaron a tener el nombre del  otro y terminábamos haciéndole nudos al tiempo, dibujando mapas inexactos y sin sentido de la vida mía y de la suya. Una noche de cierto día de una semana cuya fecha no importa, las bromas solapadas se volvieron lujuria y al menos yo no supe  detenerme… solo pensaba en los miles de posibles aromas provenientes de su cuerpo, en meter su voz y sus frasecitas en el fondo de mi boca. Todo  se complicó entonces y empecé a escribirle, a dibujar por silabas los sentimientos recién inventados como si una mano poderosa hiciera incómodo mi acostumbrado silencio… Si, en esos instantes  quise quererlo con un cariño desordenado y sin futuro, como el plano de un castillo dibujado en el mar… y él también me quiso, pero no demasiado ni de forma ordinaria, lo hizo midiendo la distancia, con un sigilo extremo para no dejarme ninguna huella visible de sus propias cicatrices. Ahora que lo pienso, me quiso como un arquitecto, con perspectiva y ángulos precisos, deseando ser el  autor de mi espacio sin invadirlo, fascinado por la obra negra, sin llevar consigo la promesa de adoquines y acabados. Yo le presté mi cuerpo una vez, mis manos, mi lengua, mi voz, mi sonrisa, me los devolvió, eso es cierto, después de darles un uso extravagante, un uso delicioso. No sé cómo hacer para sacar de mi cama el fantasma de su aroma, para borrar de mi cocina el silencio intermitente con el que me veía cocinar. Mejor lo hubiera llevado a un motel del centro, así podría yo pensar: - Es un fulano, una golosina cualquiera, ni siquiera recuerdo como suena su nombre.

Comentarios

  1. No hay nada más delicioso que leer tu blog al desayuno.

    ResponderEliminar
  2. Desayuna todos los días mi querida lectora; me aseguraré de alimentar tus ojos.

    ResponderEliminar
  3. Me encanto....inspirador ......Jorge García

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esas tres palabras sumadas a su nombre son un honor para mi. Mil gracias por leerme.

      Eliminar

Publicar un comentario