Le inventeur de villes


Tú piensas en imágenes, en figuras precisas, en espacios desnudos que te obligan a inventar universos, en ángulos suaves que se convierten en paredes, en la totalidad de la corteza terrestre como si fuera un gran lienzo. Nuevo. En blanco. Tus ideas se materializan en planos y maquetas como si el mundo pudiera doblarse, medirse, desentrañarse hasta convertirlo en un modelo a escala; eres un puente asombroso entre la imaginación, la arena y el concreto. Naciste así, supongo, con el ingenio mecido por el alma, con un espacio único en la mente para ser el autor de nuevas ciudades. No obstante, sientes en palabras, en canciones profundas y de suspiro largo, en tangos delirantes y voces graves que parecen florecer y estallar persiguiendo un bandoneón. Y es qué sabes… te transformas en otro, cierras los ojos mientras cantas y pareces sentir, cada nota, cada intervalo, cada silencio de esa canción, eres frágil entonces, pues nada sale del alma de un hombre sin dejar un pedazo de su ser con una grieta. Yo, (que siempre pienso en palabras) me asomo a esa grieta y su dolor me conmueve, me arranca las lágrimas que tan celosamente evito. Me dan ganas de ser tuya, pero ignoro esa ocurrencia por juzgarla improcedente. Te empiezo hablar con mi voz medio borracha y te sonrío. Tú me escuchas con absoluta atención y me interrumpes con estilo, me interrumpes para decirme que mi voz y mis palabras, son lo que más te atrae de mí. Te siento cercano, nos veo juntos en estrecha camaradería, llenos de miedos insensatos y de nostalgias compartidas. Mira lo poderosas que son las palabras, paseamos por Argentina,  Francia, Inglaterra, Cuba, a través de la música; Creo haber olvidado un rato que recién te tocaba, es decir, te conocía, que eras un extraño y  lo normal sería temerte un poco. Me muerdo los labios para evitar que vayan a parar en tu boca y  sospeches mi deseo de abrazarte. Y como ya lo sabes, hablamos y hablamos y yo te dejé entrar a un lugar de mí al que no me gusta dejar entrar a nadie. Tú, por tu parte, avaro con las palabras, al menos me abriste la ventana, me permitiste ver una fracción de tu pedazo más dulce y sencillo. Aunque ahora que lo pienso, se me antoja como una réplica de ti, como un hombre de hace mucho, enamorado sin remedio y con el corazón domesticado. Muy distinto al ser desapegado y brevemente  tosco que horas antes me devoraba. En fin, no es una réplica tuya, es un pedazo de ti escondido bajo estricta vigilancia. Todo me importa un carajo entonces. Solo quiero ver tu sonrisa  y tus gestos despreocupados. Concluyo que fue perfecta la madrugada  y la noche, porque aun cuando ninguno lo diga, cada quién se llevará un retazo del otro y eso durará para siempre. Quizás un día en los años que todavía se ven lejos, pienses como yo en palabras y le digas a tu nieto: - Yo conocí una mujer que amaba las palabras y como ella tenía tantas me quedé con algunas.

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