Lucy se va de su jaula o la simple torpeza de no poder volar.

Lucy está muriendo, aunque nadie lo sepa. Sus ojos se apagan ante las infantiles bellezas del mundo, sus días se copian los unos a los otros intentando pasar, otra vez el amarillo es demasiado irritante, el azul, excesivamente complaciente, el rojo un preludio de todo lo siniestro, su cuerpo la atormenta y le estorba. Lucy no pedía mucho, quería secretamente un chico que la amara sin lugar a dudas, ser besada cada noche por unos labios conocidos y anhelantes, la cercanía de unas manos llenas de lujuria, ansiosas por sobornarla con caricias todos los días. Pasan los meses y se da cuenta que su angustia crece como un monstruo de niebla, las esperanzas huyen a vivir en las sonrisas de otros. Bueno... - Suspira con desdén - soñé, amé, mentí, sentí, fui consciente de el ruido de mis huesos durante las caídas, me asombré despacio con la tibieza de algunas pieles que fingieron quedarse pero al fin se fueron... Lucy no puede negar que buscó ser feliz, buscó tanto, hasta olvidar las silabas de otras palabras importantes como egoísmo, frivolidad, y hermosura. !Ah¡ Cuán útil puede ser la hermosura, lo voluptuosidad abre todas las puertas, los libros y las letras  las derriban en un intento absurdo de ser originales. Lucy sueña con la muerte y se despierta con su olor pertinaz metiéndose en sus muslos. Quizá solo la muerte la desea realmente, de tanto acecharla sabe de memoria sus catorce cicatrices. Se acerca el momento de la última soledad, la hora de ver volar los pájaros de sus ideas arrastrados por un cielo imperturbable como un lienzo perfecto. Lucy sale a la terraza para devorar estrellas con los ojos, se conmueve con el brillo pálido de algunas y se pregunta si una de esas será la suya cuando ya no esté. Se va despidiendo del viento suave y tembloroso que desviste la quietud su pelo, del espectáculo fantástico de luces feroces palpitando en la ciudad. Ya no le queda nada, pero al resto de criaturas les queda todo; el mar delirante que se arrastra en las costas, los bosques estallando de verdes infinitos, la música fraguada por hombre, única prueba irrefutable de nuestro carácter divino. Solo tiene miedo de ser olvidada, de existir como un número en la planilla de alguien, se pregunta si habrá dado suficiente, si su voz y sus ojos tendrán ocasión de arrancar algún suspiro. Como dice Córtazar - piensa ella - siempre se recae, el vicio de vivir nos impide rehabilitarnos de manera permanente. En los anaqueles quedarán los libros, los pendientes de lectura y después de tantísimos años se da cuenta que los libros no aman, no besan, no desean, y ni siquiera ellos la extrañarán, raro e ingrato romance el de Lucy con los libros. Piensa en él, sonríe al descubrir cuanto ha memorizado los detalles de su cuerpo, los dibujos de su piel, la forma de arrugar la nariz cuando se ríe. Su estilo casi teatral de pronunciar los superlativos, su aroma tenue y discreto a leche hervida... Piel aterrada que no quiere envejecer. Ya no hay más palabras, todas fueron a dormir. Adiós y llévala hasta fondo que ya no puede volar.

Comentarios

  1. sencillamente envolvente...

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  2. ¡ Interesante !, Saber que la escritura es reflejo de nuestras vivencias y sentimientos.

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