Martes fallido.



La naúsea sobrepasa el silencio,la noche se expande como una onda en el agua. He perdido el juicio, he disfrazado mis entrañas de un material liquido y extraño. He dejado de soñar con pájaros risueños, con los horizontes móviles e impredecibles que solian vivir bajo mis ojos. Me pongo flores en las últimas heridas, quizás he renunciado al temblor...es tan fácil dejar la luz tras de si, romper con fuego los cristales, señalar el norte difuso de mis palabras...volveré a los lugares amados y allí, destruiré la farsa de aquello que yo era, las canciones agotadas por el viento, el imperfecto estallido de mi sombra por las tardes; no diré más, solo sé que el ruido se hace música y las manos estorban como agujas dementes simulando caricias, que los demonios sonrien conscientes de su infinita belleza y mi cuerpo es una ruina inesperada, la íntima piedra que quedó de mis huesos. No es tristeza, es la certeza permanente de sentir tanto frio, tanto dolor, tanto miedo. El hueco de mi garganta no guarda las ideas, las frases se arrastran (con cierta arrogancia) con la intención macabra de predecir otras dichas, me convierto de a poco en verdugo, en cuchilla furiosa disolviendo la carne; se van llenando de gritos mis sonrisas, mientras las ansías que creía solo mías se dejan morir de rutina o a veces de asombro, tengo pocas ganas, el deseo es un objeto pesado y filoso que no logro dominar. Aquí estaré, sintiendo la naúsea que acompaña la vida, pareciendome a la rabia de las malas miradas, crujiendo como un cràneo estrellado en un muro. Seré bella cuando la oscuridad se multiplique, caeré en la desgracia, cometeré esos pecados dulces y suaves nacidos hace tiempo. No diré más, me asusta la noche que se expande y mi corazón pintado de amarillo imprudente.

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