Demencia púrpura.

Para Idaly Obando, quién como yo, tiene pájaros en las ideas y las luces del alma detenidas.



Debería huir, salir de una vez de esta piel fragmentada, recluirme en los bosques, en los mares, en las plazas. Obviar mi voz como si fuese una canción muy vieja, dejarme seducir por la banalidad del mundo, por el simple y natural transcurrir de las cosas. Caen mis frases como objetos pesados y ya no sé si mi nombre me acompaña, camuflo mi sombra como un delito grave, estoy perdiendo la fe en mi boca y mis ideas. Este declive debería ser un síntoma del final pero no, esta vez es solo el el principio de la angustia pertinaz que decora mi presente, una muestra temprana de mi aplastante abandono. ¿Para qué digo estás palabras? para qué si mi rabia se duplica sin comprender el motivo de su ser. Estoy cansada, fatigada de las flores con su aroma pretencioso, de este grito arritmico y contenido que se niega a fluir. Tengo ganas de marcharme, de llevarme en los ojos los jardines soñados sin darles siquiera el privilegio de los colores, de arrebatarle ese aire original a mis deseos, de sofocarme de pronto con mi propia malicia. Estoy gastada, de eso no hay duda,  la risa me destruye en cada intento, el abismo me acaricia con discreta valentía, y ya no soy más que esta locura ordenada, demencia púrpura guardada en cajones, un montón de silencios estúpidos entorpeciendo mis días, mis reflejos, azotando mi espíritu urgido de frases. ¿A quién invitaría a escapar si me fuera? Nadie entiende la oscuridad blanda y tenue instalada entre mis manos. Nadie tiene mis pies intoxicados de rutas fallidas, de lugares inútiles, espantosos, atascados en el caminar sin fin. Pobre de mi aquí agobiada, con lástima propia de este charco que soy... sólo demencia, demencia extravagante sin colores primarios, privada de la luz, de la compasión, de la lenta pero imprescindible presencia de las manchas espontáneas. Todo púrpura, demasiado ambiguo, en exceso suavizado. Debería huir, vender mis pocos antojos y mis minúsculas esperanzas, rematar estas conclusiones bochornosas que componen mi discurso, diluir mi tímida alegría en un frasco de sal. Bueno, no tengo valor aún para lanzarme al silencio, mientras tanto ahogaré el infortunio en mis gestos ensayados, en mi manera de ocultarme, en mi desespero por decir... demencia, demencia púrpura como la uva amancebada con la sangre.

Comentarios

  1. "Estoy cansada, fatigada delas flores con su aroma pretencioso..."

    Apenas y podría lograr invitarle a un jardín de flores sin ojos, allí salvaguardado bajo las raíces, conservo el oxidado recuerdo, el retrato inmóvil de nuestro humano, mísero y salvaje instinto que arde en cuatro patas. Conservo el número exacto y el color de nuestras muertes, tal vez de nuestros capítulos.

    Del mito de la humanidad - Capítulo IV: Correspondencias - 1995.

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    1. Que hermoso e intenso tu comentario, palabras ùnicas, abrasadoras... gracias por leerme.

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