Amarillo inoportuno o la canción del desdén.


Me mudé de paisaje, me hice líquida y suave en medio de adoquines y concreto. Renuncié a la dicha sin motivo, a la feliz circunstancia de andar por las calles sin que me nazcan nuevas ideas. Todo es inútil, vacuo, solo los intermedios de las rutinas me salvan de la desesperación. Únicamente los pájaros agonizantes y rebeldes se congregan a escucharme, mi mensaje siempre caótico y sin fundamento cae como piedra en el estómago de Dios. Por eso ya no rezo, porque encuentro los credos despreciables y los ídolos mueren de hambre cuando intentan ser adorados por mi. Se acabaron los lugares donde mi magia conseguía esconderse, los sitios remotos y mal dibujados donde mi presencia era un carnaval, un acontecimiento, una fiesta. Es que ya no soy sino desdén, cuarenta y dos kilos de lava a punto de enfriarse, materia explicada, silencios repetidos, perezosos, delincuentes...  Es cierto, no es bueno quejarse, no es de señoritas decentes ni de damas amables. Ahora que lo pienso yo no soy decente y menos aún amable. Debería sembrar bifloras en mi patio, conducir un auto, tener un hijo, soñar con ir New York o pasearme por Miami, ver noticias y creerlas, angustiarme hasta el paroxismo por el nuevo número de la revista Vanidades, pero aunque me ejercito frenéticamente no logro encajar, sigo sin rehabilitarme. Me sigo asqueando con casi todo, me causa enojo el afán bestial con el que los conductores de buses estrangulan el claxo, me exaspera el ruido constante que flota en la ciudad con intención de aplastar mis pensamientos. Se me ocurre que un día perderé la cordura y yo misma me prenderé en una hoguera. ¿Qué digo de perder la cordura? Me expreso con arrogancia como lo harían los cuerdos. Y estoy loca, si. Bastante loca para caminar así, a duras penas y sin llevar amarras, pero eso es culpa de los manicomios que se niegan a reconocer mi peligrosidad manifiesta. Escribo divagaciones. Lo sé y no importa, al fin y al cabo la vida es un divagar constante que solo se detiene con la muerte y a mi no me asusta que me detenga la muerte. Estoy cansada. Haré un testamento lleno de metáforas, un inventario de las cosas materiales y otras fruslerías que tanto pesan al final del camino, los confundiré a todos con mapas de tesoros y fórmulas inútiles para mantener el brillo y la salud del cabello. Adiós y gracias. Me voy tranquila de estas líneas sabiendo que un viernes de un mes que desconozco seré olvidada.

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