Amén.


Contigo supe el nombre de todos los pecados,
me arrastré a la perversión con todos los sentidos,
le quité las máscaras a mis deseos silenciados,
me hice charco viscoso, sudor ardiente, ceniza volátil.
Contigo puse nombres a mis rutas olvidadas,
bauticé cada orificio de mi piel y de mi cuerpo,
me bañé en la lava de tu boca, de tu esqueleto poseído, 
no habrá perdón para nosotros -pensaba-
El infierno se acerca -decía- pero mis palabras retrocedian,
preferían morderte los ojos, los labios,
quedarse en mi lengua para hundirse en tu saliva.
A veces llorando pensé en pedir perdón, 
pero tu pecho sobre el mio me borraba la fe,
me curaba de la culpa oliéndote despacio,
-Llévame hasta la muerte- te gritaban mis manos,
quédate a vivir en sus entrañas susurraba mi vientre...
Ata bien el hilo a la entrada del laberinto mi Teseo,
o no podremos volver al mundo conocido...
¿Cómo retornar a la calle sin tocarnos?
¿Cómo andar desnudos desvestidos del otro?
Nunca nos alcanza el agua para eludir tanta sed,
ninguna sábana sirve para esconder este sudor abundante,
prodigioso, destilado de gemidos que no pueden ser escritos.
Mejor no leas esto y ven otra vez, 
estruja de nuevo la palabra a mi garganta,
obliga a mi voz a pronunciar solo el placer.
Ya no tengo miedo de vivir si tus dedos me hacen trizas,
No me importa perder la decencia, la virtud, la salvación...
contigo aprendí nombres magníficos para cosas imperdonables.
desgárrame, pónme boca abajo y en cruz como a un cristo,
te dejo ser mi verdugo, mi juez, mi redentor...
y mejor... mejor desata el hilo mi Teseo que no quiero volver.




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