Violeta insolente.


Nada se aborrece tanto como el recuerdo 
de haber caminado sobre vidrios rotos.
Nada se aborrece tanto como la certeza de estar ciego,
ciego de ganas, sin ojos verdaderos para mirar el horizonte.
Nada se aborrece tanto como el deseo insensato
de perseguir palabras minúsculas disfrazadas de ideas.
Nada se aborrece tanto como el ruido metálico de la risa interrumpida.
Nada se aborrece más que la imagen de los que fuimos
en las páginas de antes, cuando el silencio era muerte.
¿De qué horrible soledad vendrá una ira tan intensa?

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