Desidia.


Una vez yo tuve un alma y la borré de mi piel con un soplido.
Era tanta su belleza y su grito tan enorme, 
que no alcanzaba a estallar en ninguno de mis sitios,
se hacía, se nombraba y se moría al mismo tiempo,
a pesar de la mirada, de la compasión, de estar casi viva.
Yo pude haber hecho flores con sus residuos, 
destinarle una palabra o asignarle un ruido,
pero dejé que las horas la llenaran de nubes
y supe entonces y no antes, 
que se consumía con idéntica fuerza,
que se desgarraba complaciente, 
para ser vista, ahogada, atenazada, disminuida.
Amasé acaso lo que fue su sueño de igualarse,
de pintarse alas más cortas, de someterse al escrutinio,
de saberse dibujada por la crítica perfecta,
de resbalar por descuido en los relatos comunes.
Me opuse a desnudarla con fórmulas viejas,
permití que se inventara desde lejos,
candorosa, indecente, exenta de cualquier malicia,
me fui disfrazando de su sombra,
pareciéndome a sus miedos, corrompiendo su risa,
la dejé abandonada a merced de otros ojos,
la miraba con rabia, la condenaba a la huida,
la mataba despacio, con mi voz, con un soplido.



Comentarios