La culpa.


El diablo se rió de mi sentado en una lata de cerveza,
-Yo sabía que eras mala - Decía,
-Siempre dije que arderías - Yo sabía...
Fueron días confusos los de mi inocencia,
el tedio y la rabia parecían consumirme,
me sobraban las horas, me faltaban motivos,
tenía el vientre en ascuas como despensa pobre.
Ningún sueño me escogía para que yo lo soñara,
mi cuerpo se llenaba de esquinas, de rutas indeseadas.
Yo rezaba (todavía rezaba) y le pedía a mi Dios...
le suplicaba sin pausa que me cambiara el alma.
Yo pensaba en la culpa, en el castigo,
en el fuego del infierno que todo lo derrite,
me veía destinada al dolor, a la premura.
Luego me creí buena un tiempo, santa ilusa,
yo no evitaba pecar, el pecado era quien me evitaba.
Después vino la hecatombe y me dejé arrastrar...
vivía para el orgasmo y el temblor era todo,
ruido en las manos, en la boca, en las ideas,
un amante, dos amantes, tres noches sin vestirse,
era tan grande el hambre que desapareció el antojo,
eran noches raras, yo mujer, yo carne, yo risas...
vestida para matar, para salir de caza (para ser desvestida)
Sin embargo y a pesar de la humareda...casi ninguno me vio.
Yo era luego un recuerdo con aroma y sin nombre,
el título impactante de una mala película.
Así se fue incubando esta enorme cicatriz que llevo en el deseo,
sin heridas visibles que le precedieran, solo la marca,
el cansancio, el desdén que los lunes se disfraza de cinismo.
Pero un día, de esos en que al tiempo se le olvida burlarse, 
lo descubres, descubres el color del miedo y te atragantas...
Entiendes que en la piel hay música. Que las luces si ocurren.
Que el corazón olvida porque siempre el corazón recuerda.


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