Martes a las seis.




Estabas lleno de  barrotes, crujiente a la luz , ajeno a la vida y al calor del sol, 
diluido en dosis mínimas de ti dentro de ti, confinado a un gesto de puños apretados.
Por eso juntos aprendimos a padecer las ausencias y a estirar los encuentros,
a soltar palabras impostoras que llegaban hasta mí y hasta mi carne como bestias.
-La mano que yo tierna y costosamente le daba era su infierno, también su paraíso,
mi mano era el presente, el borrador del futuro, el instante sereno en el que nada se dice.
Él caminó como pudo atravesando su tacto, creyó esconderse mutilando las ganas.
Fallaba una y otra vez, cada vez más dócil, mas indiferente, mas tibio.-
Tenías los labios detenidos en un beso que no sabías a quién darle,
los dedos anhelantes, temerosos, invadidos de caricias malogradas...
Me mirabas de prisa, como si verme a los ojos saboteara tus certezas,
como si mis labios sacaran a la fuerza el verdadero color de tus silencios.
- Él tenía esas cicatrices que únicamente yo entendía, las ideas brillantes,
las metáforas precisas, su forma de esperar lo que nunca llegaría,
no era consuelo lo que mi voz le daba, era esperanza ciega, indiscutible,
porque como yo, necesitaba ritos, ritos de risa, de cinismo, de llanto,
cosas intimas y oscuras como la extrañeza y la nostalgia terca de lo que nunca sería.-
Hablabas con holgura de los miedos viejos y me dabas a entender los que apenas nacían,
le entregabas a mi oído la piel de tus tristezas, así podía acariciarlas cada vez una por una.
Y también te vestías de opulenta ternura, de breves y a veces toscas intenciones de sentir.
Así hicimos nuestra propia soledad llena de gente (nos escuchamos reír y lo entendimos).
Yo escribía poemas a falta de más horas, y tú renegabas con rabia de los instantes pendientes,
de lo insensatamente rápido que se atrevía a pasar el tiempo mientras caminábamos...
- Él estaba tan roto, que sus pedazos temblaban ante mis frases cuando los tocaban,
tan roto, que cuando lo abrazaba lo perforaban las esquirlas de su propia inocencia,
estaba tan roto que quiso quererme y se dispuso a contagiarse de mis múltiples nudos.-
Antes de mi,  tú ya sabías de estas graves palabras, pero faltaba mi boca que las pronunciara.

Comentarios

  1. El libro se llama la elegancia del Erizo, de Muriel Baberi, un manantial, un poema en prosa.

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