La jaula del sueño.


Las flores prefieren la muerte antes que ser mías,
y a mí las jaulas me atraen como dulces enemigas.
Antes tenía un discurso impecable,
antes cuando mi boca besaba sin miedo,
cuando mi piel no conocía la culpa,
cuando mi risa aterraba a los viajeros.
Yo digo - camina mientras hablas-
me lo digo para prevenir el silencio prodigo,
la tentación siempre latente de acuartelar las ideas.
Hubo un tiempo estrafalario,
un tiempo rencoroso que se llevaba mi alegría,
que me arrebataba un gemido o dos cada tanto,
un tiempo consensuado que imitaba la vida,
que suplantaba con sorna el impulso de sangrar.
Ahora los lazos está llenos de espinas,
los muros que creía furiosos de libertad,
no son nada distinto a un pretexto elaborado
para extraviar llaves y puertas,
no son más que reliquias de momentos
que se quedan a espantar como fantasmas.
Las flores prefieren la muerte antes que ser mías,
las sacude el terror de enfermarse de mi aroma,
se resisten a perder su derecho a la hermosura,
y es que las flores marchitan ferozmente,
cuando saben su destino,
cuando marchitarse no es su único propósito.
El alma se agita atragantada de sueños,
las manos se cierran mientras hablan de heridas.
Es siniestro el momento en el que somos felices,
en ese episodio nos volvemos más puros,
infestados de rarezas y deseos apremiantes,
sofocados de libertad, de certezas,
agobiados por minutos que se atreven a extinguirse...
No más de mí para mi,
los discursos están sucios,
contagiados de deberes,
de tedios insultantes y recurrentes,
de mi voz negando las palabras.
De flores suicidas que no sabrán quien soy.

                  




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