Hoy me visitó la conciencia y yo
vi que no tenía alas,
solo una boca inmensa recitando
improperios,
una mano aturdida que ya no
escribe palabras.
Entonces el miedo se hizo ruido en
las horas.
Oscureció la soberbia de mi propio
cinismo,
me nombré impura, degradada,
cubierta de nervios que duelen al
pisar.
Yo antes era una nube cosechada en
la lluvia,
un manojo de ansias atribuladas y hambrientas.
Ahora soy sólo flores con tallos corrompidos,
desnudez sin viento, sin pan y sin asombro.
Pobre de mí vagando sin jaula,
con el espíritu hastiado de tantas oraciones.
Con gemidos irascibles incapaces de la dicha.
Un día mi piel será una mancha corriente,
un breve y desusado fortín de perdedores,
una manta cualquiera que el frío no se
procura,
un largo aliento que nadie sabe respirar.
Voltearé despacio sintiéndome una ruina,
el prólogo inexacto de un libro desastroso.
Soñaré la bondad…
tendré intensas pesadillas amoratadas como carne,
mi soledad tendrá uñas, dientes y
garfios.
No habrá perdón, ni odio, ni esperanza,
y la conciencia pasará de largo sin que le importe
mi nombre.
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