La indeseable.


Yo sufría de un temor incurable,
temor de mi boca siempre llena de ideas,
temor mi lengua comprobando palabras.
Yo era un diminutivo que parecía un nombre,
miradas dulces como cruces, largas como ejemplos,
suturas intangibles pero sensibles al tacto.
Yo era encanto y era risa, papel suave,
memoria predecible, ridícula añoranza...
Era tanta la piel que me sobraba cada día,
que la tela evitaba pasarme entre los muslos.
Yo me sabía etérea, diluida, infranqueable,
una herida veloz que no dolía en nadie.
Lo sé, no vale la pena soñar con horizontes,
ni ser música muda, tortura portátil...
la carne se acumula y se muere de fe,
yo no tengo fe (ni estallo, ni me quejo)
porque si la tuviera sería más indeseable.


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