Érase una vez un hombre que sudaba copiosamente.





Había una vez hombre muy dulce que sudaba copiosamente, lo hacía mientras dormía, mientras menos consciente estaba. Las gotas comenzaban a salir despacio de cada poro, y se gritaban de lejos invitándose a la juerga y se decían por sus nombres; mientras tanto el hombre bueno soñaba con ríos, mares, lagos, aguas que fluían o se quedaban quietas, sujetas al capricho de quien las soñaba, y mientras más soñaba su cuerpo tomaba forma de espejismo líquido, pero él no se daba cuenta, a pesar de las señales de la vida cotidiana, como la de dejar una huella de agua en la mesa de la cocina después de tomar el café, o bien, que sus pasos sonaran como un balde hondo al que le arrojan piedras. Un día a empezó a soñar que era una marea y el sudor salía con espuma y pedacitos de sal bordeaban la orilla de la cama… el martes en que todo ocurrió, el sueño fue más raro, esta vez, soñó con barcos que se hundían lenta e irrevocablemente mientras las luces de popa y proa se extinguían y en el sueño él lloraba y aunque se secaba, no conseguía sentirse seco o denso, es decir, que no lograba volver del todo a su estado sólido… cuentan que una noche, su cuerpo se fue encogiendo como un cubo de hielo en el fondo de un whisky y envuelto en pánico se subió a la almohada que flotaba en 30 centímetros de agua que luego fueron 60 y luego 90…cuando la almohada colapsó, él se entregó al líquido tibio con su cuerpo cada vez más parecido a un charco. Pronto, demasiado dirían los escépticos, aprendió a comportarse como gota, como hilo  de lluvia y hacer el ruido que hacen los tazones de agua cuando los gatos la beben y por eso, y ya nunca más tuvo miedo de sudar copiosamente. A veces oigo su caudal debajo de la cama, le saludo con cierta nostalgia y me duermo velozmente, porque ahora para abrazarlo tengo que sudarlo mientras duermo.

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