La absurda brevedad de los cielos.


Iré al jardín donde los grillos celebran,
le gritaré al pasto como duele la brisa,
diré las cosas que no puedo decir…
Seré la piedra en la mano que se esconde,
el cuchillo espantado de la carne,
la indeseable, la sencilla, la torpe,
un trozo marchito de corteza,
la raíz que aniquila al pobre lirio,
un chorro de lumbre al mediodía,
un contorno abrumado por la luz.
No tendré ya miedo a las semillas,
ni anhelaré los vicios dulces, las manos suaves
o la itinerante presencia de los cuerpos.
Veré las flores desde su centro,
desde el nido mismo donde estalla su perfume,
lo sabré todo, sin enseñárselo a nadie.

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